viernes, 5 de diciembre de 2008

El descubrimiento de "El Dorado"




El fracaso


¿El hombre más rico?, No, el más pobre, el más miserable, el mendigo más decepcionado de la tierra. A los ocho días, el secreto ha sido divulgado. Una mujer – siempre la mujer- se lo contó a un vagabundo y le entregó algunas pepitas. Lo que ocurre entonces es algo inconcebible. Todos los hombres que están a las órdenes de Suter abandonan su trabajo: los herreros dejan la fragua; los pastores, el ganado; los viñadores, las vides; l los soldados, las armas. Todos se dirigen como locos a la serrería con cedazos y cacerolas de metal para separar el oro de la arena. En pocas horas, las granjas quedan abandonadas. Las vacas lecheras mugen lastimeramente pidiendo que las ordeñen, pero nadie las atiende y van muriendo. Los búfalos rompen las vallas y huyen a los campos, donde la fruta se pudre en las ramas de los árboles. Ya no se produce queso, se hunden los graneros. Todo el mecanismo de la grandiosa empresa queda paralizado.

El telégrafo difunde a través de mares y continentes la aurífera promesa, y acuden gentes de todas las ciudades y de todos los puertos. Los marineros dejan los barcos; los empleados, las oficinas. Llegan ingentes multitudes procedentes del Este, a pie, a caballo, en carro. Es como una invasión, la plaga de la humana langosta. Son los buscadores de oro. Horda brutal, sin freno de ninguna especie, que no conoce más ley que la fuerza bruta ni más orden que el que impone su revólver. […] en fin: en pocas horas, Juan Augusto Suter se ha convertido en un mísero mendigo, que como el rey Midas, se ahoga en su propio oro.

La enloquecedora sed de oro impulsa aquel alud desconocido, que avanza como una tempestad; la noticia se ha difundido por todo el mundo; sólo de Nueva Cork zarpan cien barcos; de Alemania, de Inglaterra, de Francia, de España, vienen en 1848, 1849, 1859 y 1851 numerosas caravanas de aventureros. Algunos dan la vuelta por el cabo de Hornos, pero a los más impacientes les parece el camino demasiado largo y escogen el más corto y peligroso: van por tierra atravesando el istmo de panamá. [...] son hombres de todas las razas, de todas las lenguas, y todos se instalan en las propiedades de Juan Augusto Suter, como si fueran suyas. En la tierra de San Francisco, que según la escritura en regla que obra en su poder le pertenece a él, surge con una rapidez asombrosa una auténtica ciudad. Gentes extranjeras venden y compran entre sí los terrenos que son de Juan Augusto Suter, y el nombre de Nueva Helvecia, su reino y su dominio, desaparece borrado por el nombre maravilloso de El Dorado, California.

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Libro: "Momentos Estelares de la Humanidad" (Stefan Zweig)

1 comentario:

Roberto Carballo dijo...

Magnífico. Estas haciendo un buen trabajo, y sobre todo, bastante original. Te animo a seguir y a seguir sorprendiéndonos. Un abrazo, Roberto Carballo